Cómo dirigir personas

La empresa es una comunidad de personas que se unen para sacar adelante un proyecto (ahora lo llamamos propósito) en el que todos están de acuerdo, aunque sea por razones distintas. Las personas son necesarias en la organización; ellas son las que marcan la diferencia. Y, cuando la organización tiene un poco de complejidad, hay que dirigirlas. La dirección de la empresa es una tarea muy importante, porque de ella depende, en buena medida, que se consiga el propósito perseguido. Y ese de este modo como todas las personas que participan en la empresa consiguen ver satisfechos, en mayor o menor medida, los motivos que les llevaron a participar.

En esta entrada, y en otras posteriores, haremos algunas reflexiones sobre cómo se debe llevar a cabo esa tarea de dirigir personas. Empezaremos hablando de la justicia, que constituye el fundamento moral de las relaciones en la organización. Los empleados suelen ser muy sensibles a lo que les parece que es justo o no (por ejemplo, ante manifestaciones de favoritismo o arbitrariedad). Lo que es justo constituye el mínimo que una persona puede esperar en una organización.

Por tanto, los directivos deben cumplir lo que es justo en cuanto a remuneración, jornada, horas extras, etc., de acuerdo con lo previsto en los contratos, en el convenio colectivo y en la legislación, teniendo en cuenta la situación y circunstancias de cada empleado – pero no todo lo que figura en las regulaciones o en un contrato firmado por ambas partes es siempre justo. Hay que saber premiar y castigar, con criterios formalizados y justos. Y, obviamente, hay que hablar mucho con los empleados, no de lo que nosotros pensamos que es justo, sino de lo que ellos perciben como justo o injusto.

Conviene evitar sistemas de incentivos fuertes que sean capaces de imponer lo motivos extrínsecos sobre los intrínsecos y trascendentes. O sea, que impulsan a los empleados a trabajar más por los resultados económicos (sueldo, promoción) que por los aprendizajes que llevan a cabo, esto es, por su mejoramiento personal, sobre todo en relación con los demás. Por supuesto, la remuneración es importante, es probablemente lo primero que buscan en su trabajo, pero no ha de ser lo único ni lo más importante, sobre todo por parte de la dirección, a la hora de gestionar ese trabajo.

A la hora de exigir dedicación y esfuerzo, los empleados vienen a la empresa con todo su ser, pero no puede pretenderse que comprometan todo su ser en el trabajo, por encima de su vida privada y social.

También en situaciones difíciles hay que combinar el bien de la persona con el de la empresa. Por ejemplo, ante un despido, se debe considerar cuándo y cómo se despide, con qué argumentos, cómo se ayuda a la persona, cómo se le trata… Como estamos viendo en estos momentos, con la paralización de la vida económica a consecuencia del coronavirus, a veces no queda otro remedio que despedir, que reducir la jornada (y la remuneración) o que cambiar las condiciones del contrato, pero siempre cuidando las formas y, sobre todo, teniendo siempre en cuenta las necesidades de los empleados. O sea, ejercitando la virtud de la prudencia.

 

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