La crisis sanitaria y económica más virulenta del siglo XXI ha situado a la política mundial ante un maremágnum de ideas respecto al cómo será la sociedad de hoy en adelante. Uno de los aspectos fundamentales de la misma, por su escala humana, dimensión e impacto, es el sector de la educación, donde desde hace semanas se suceden las propuestas, algunas lógicas y otras no tanto. Unos creen que las aulas deberán establecer mecanismos rotatorios de asistencia; otros, que es mejor aprobar a la gente porque sí, pero a nadie se le ocurre resaltar que, desde ahora y sin vuelta atrás, la digitalización será el nuevo idioma del sistema educativo, desde San Francisco a Salamanca.
Hasta hace dos meses, las instituciones educativas se podían dividir en dos categorías: las que siguen ancladas en tiempos pasados, basados en la asistencia a clase, los programas inmutables y esos exámenes que miden la valía del alumno en función de su capacidad para memorizar; y aquellas otras que abrazan las ventajas del uso de la tecnología sin renunciar por ello al eterno atractivo de un buen profesor. Esta crisis ha sorprendido a las primeras con el pie cambiado, mientras que las segundas han interiorizado la situación para seguir explorando esta senda.
El estado de ánimo de la comunidad académica (donde se incluyen a estudiantes y padres que la financian) puede esbozarse, por ejemplo, a través de un informe reciente de la consultora SimpsonScarborough. Del documento, elaborado en marzo, podemos señalar dos conclusiones: por un lado, que el 14% de los estudiantes admite que un regreso a las aulas durante el próximo año es bastante improbable; por otro, que a la mayoría, un 85%, no les ha gustado el método utilizado para recibir las clases, que no ha sido sino la mera adaptación de la metodología tradicional al visor de una webcam. Esto no es utilizar la tecnología para mejorar la pedagogía y la forma de aprender.
El futuro se llama «online learning», una metodología de enseñanza nueva
El futuro se llama online learning, una metodología de enseñanza nueva, que rompe con años de pasividad del sector educativo ante la digitalización del mundo y que nos prepara para la ya iniciada Cuarta Revolución Industrial. A la flexibilidad y una potencial reducción de costes de matrícula (dos argumentos de primer orden en una sociedad caracterizada por la multitarea y rota económicamente por la crisis), se unen ventajas como la revisión y actualización permanente de los contenidos, el reconocimiento curricular inherente a una titulación en un centro de prestigio a nivel internacional (sí, las mejores universidades del planeta ofrecerán todo a casi todo aquel que aspire a renovarse profesionalmente), la posibilidad de un seguimiento pormenorizado de los estudiantes, el networking que supone relacionarse con un amplio espectro de profesores de primer nivel y estudiantes procedentes de cualquier rincón del mundo, el feedback permanente en ambas direcciones (por parte de profesores y otros estudiantes semejantes), la organización de actividades grupales, la creación de una visión estratégica global y una mejor comprensión de la tecnología.
Dejando a un lado el poder catalizador del Covid-19, ya existían algunos indicios de transformación del modelo educativo. Diversos estudios avalan que la retención de información entre quienes asisten a una clase magistral no supera un ridículo 10%. Imaginen estar delante de Joseph Stiglitz, asistir embelesados a su disertación y despertar a la mañana siguiente con una noción apenas remota de los asuntos allí discutidos (por no mencionar la rentabilidad de lo pagado). Asimismo, una investigación de Harvard elaborada en 2014 concluyó que, de media, la asistencia a clases se desploma del 79% al comienzo de curso hasta un muy modesto 43% en el tramo final. La educación digital de calidad, por el contrario, facilita una educación de 360º con sorprendentes tasas de atención e interacción en comparación con la clase convencional, sorteando simultáneamente las limitaciones físicas, geográficas e idiomáticas del pasado.
La IV Rev. Industrial demanda un profesional actualizado
La revolución digital demanda nuevos perfiles profesionales y otorga al universo formativo un ritmo diferente que ya no se circunscribe a una etapa inicial de la vida. Es vital que comprendamos que nunca dejaremos de aprender, que el mercado laboral de la Cuarta Revolución Industrial demanda un profesional en permanente estado de actualización, capacitado para solucionar los nuevos problemas que le puedan surgir a su empresa en esta evolución y digitalización económica. Al compás de esta certeza, las universidades más prestigiosas del mundo han comprendido que la educación digital es absolutamente necesaria para el futuro.
Tomar posiciones con decisión, invertir sin miedo en tecnologías adecuadas, cambiar la mentalidad de gestores y profesores, modificar la forma de enseñanza, mejorar los contenidos y la experiencia de los estudiantes hará que nos adaptemos a las necesidades de la enseñanza para el reto del siglo XXI.
Fuente: El Economista