Actitudes ante el virus

Un viejo chiste contaba que salió un día un italiano de su casa, miró el cielo y sentenció: «¡Piove; sporco governo!». Me parece que se entiende. Empiezo por aquí porque me parece que mucha gente participa de ese diagnóstico: la culpa del COVID 19 la tiene nuestro gobierno, u otro: el chino, el norteamericano, o la Unión Europea, o quien sea.

No seré yo quien lo discuta. Me acuerdo de otro chiste: «Está usted muy gordo». «Es que no discuto nunca». «No será por eso». «Bueno, pues no será por eso…». No estoy dispuesto a discutir ante algo para lo que hay argumentos para todos los gustos, algunos de ellos de marcado signo ideológico.

Me interesa más mirar al futuro: el coronavirus ya está aquí: ¿qué podemos hacer? Porque aunque uno piense que la culpa es de otro, siempre tendrá que preguntarse: ¿qué debo hacer yo? 

  • Nada, porque la culpa no es mía. Mala decisión, me parece.
  • Protegerme yo y los míos. Buena decisión, pero algo egoísta, si se queda ahí.
  • Protegerme yo y los míos, y procurar que los demás estén también protegidos. Eso está mejor. El problema es… quiénes son los demás.
  • Idem, pero ampliando la gama de problemas: ya no es solo el de la salud, sino el del empleo, las deudas, los ingresos futuros, cómo serán las próximas vacaciones, qué pasará con los estudios de los hijos, cómo vivirán los abuelos cuando esto se acabe… Mejor aún, si ampliamos de esta manera nuestro razonamiento.

Pensemos en una empresa. Empecemos a hacer la lista de afectados, aparte de mi familia y amigos. Por la enfermedad directamente: directivos, empleados, clientes, distribuidores, proveedores… Afectados ya, que puedan verse afectados más tarde, que puedan verse afectados por mí o por mi entorno, que puedan afectarme a mí o a mi entorno, en una cadena sin fin…

Por las repercusiones económicas: porque tengo que cerrar mi negocio durante un tiempo, quizás mucho, no lo sé; porque no podré pagar mis deudas; porque no tendré dinero para pagar los salarios; porque tendré que despedir trabajadores, temporal o definitivamente; porque mis trabajadores lo van a pasar muy mal… porque se interrumpe mi cadena de suministro y esto afecta a mi negocio; porque tendré oportunidades para comprar la empresa de algún competidor que no podrá sobrevivir…

La lista puede ser muy larga, claro. Y ante todas ellas tendré que considerar las medidas del gobierno, lo que van a hacer mis competidores, proveedores, distribuidores, clientes, inversores, prestamistas… Y todo con gran incertidumbre…

No estoy contando nada nuevo. Todos hemos considerado todo esto en las últimas semanas. Los que tienen actitudes más éticas, habrán afinado más, invocando principios como la responsabilidad de proteger (que sí, que nos implica a todos), la transparencia de nuestras acciones (necesaria en un caso como este), la solidaridad (también para los que están lejos, pero que son también mi prójimo, aunque me caigan mal), la innovación (qué puedo hacer yo de más, o de nuevo), cómo cierro filas con los que me rodean (en la familia, en la empresa…)… Nada nuevo: es como una decisión de las muchas que tomamos cada día, pero a lo grande.

No me diréis que no es apasionante ser un empresario. O, al menos, ser un buen empresario.