China es la segunda potencia económica mundial (la primera, para muchos) y su peso es notable en todas partes. No obstante, a pesar de que su crecimiento continúa siendo muy elevado, es evidente que ha perdido fuerza. ¿Asistiremos, tal vez, a una recesión del país a corto plazo? En este artículo, se analiza su trayectoria y lo que podría depararle el futuro.
El Departamento de Economía del IESE se llamaba, hace muchos años, Departamento de Análisis Social y Económico para la Dirección. O sea, trataba de entender cómo interaccionan las empresas con el entorno en el que se mueven: primero, el económico, pero también el social y el político. No es que por un lado corra la economía; por otro, la sociedad; y por otro, la política, sino que estamos en medio de una realidad que abarca todo eso. Este artículo está inspirado en aquella manera de ver las cosas que, pese al cambio de nombre, hemos conservado en el IESE. Esta es la primera aclaración que quiero hacer al empezar este artículo.
La segunda es que no soy un experto en China, pero me interesa mucho lo que pasa en aquel país, porque está influyendo muchísimo en el entorno en el que nos movemos.
Es la segunda potencia económica del mundo —algunos dirán que ya es la primera—. Su peso se nota en todas partes.
Y está cambiando muchas cosas, no solo en lo económico, sino también en lo político.
Lo que me interesa del gigante asiático no es el corto plazo. Bueno, claro que me interesa, porque forma parte de “lo que nos pasa”, de nuestro entorno. Su crecimiento, siendo aún muy alto, está perdiendo fuerza; sus inversiones en el extranjero, siendo importantes, se han reducido respecto de los años recientes; a todos nos preocupa la posibilidad de una recesión en ese país, que tendría un gran impacto en muchos otros, y aún más nos debería preocuparla posibilidad de lo que seprodujera allí fuera un cataclismo económico. Pero no voy a hablar aquí de lo que se espera ocurra en China en el 2019.
¿Quién manda en el mundo?
Muchos se preguntan si China será la primera potencia mundial en un futuro próximo, y cómo sería, en ese caso, su hegemonía. La cuestión de la hegemonía suele medirse con el metro económico, el producto interior bruto (PIB) en paridad de poder adquisitivo y, de acuerdo con esto, el gigante asiático ya es el número uno—. Lo que no significa que sea el país más rico (la riqueza o patrimonio no es lo mismo que el ingreso o PIB: uno sale del balance; el otro, de la cuenta de resultados), ni el que ofrezca el nivel de vida más alto para sus ciudadanos. Los suizos viven mucho mejor que los chinos (salvo, quizá, algunos de los muy muy ricos de entre estos últimos), pero el PIB agregado de China es casi 45 veces el del país helvético.
La hegemonía viene dada principalmente por tres factores: el tamaño de la tarta (el PIB), la moneda y la capacidad militar1.
En esta última dimensión, Estados Unidos aún tiene ventaja, pero es probable que China le dé alcance pronto. En la moneda, la distancia es mucho mayor.
El dólar norteamericano, en efecto, está fuertemente asentado como moneda de reserva: es decir, es la que se utiliza mayoritariamente en las transacciones internacionales, mientras que el yuan se utiliza muy poco. Esto da una ventaja clara al dólar: Estados Unidos tiene un gran déficit por cuenta corriente que el resto del mundo, principalmente China, financia regularmente, comprando la deuda que emitenel Gobierno, las entidades financieras y las empresas americanas. Pero¿por qué la moneda del primer o segundo país del mundo ocupa un lugar irrelevante, incluso por detrás del euro, el yen o la libra esterlina?
El gigante asiático ha controlado (y sigue controlando rigurosamente) la entrada y la salida de capitales del país, mientras que Estados Unidos y otros muchos países dejan circular su moneda con entera libertad. De este modo, China ha podido sostener grandes superávits en su balanza por cuenta corriente y, por tanto, convertirse en un acreedor neto (Estados Unidos es el primer deudor); China ha llevado a cabo grandes inversiones en el exterior, pero no lo ha hecho no en su moneda, sino en dólares. Y harán falta muchos años y grandes cambios en las políticas chinas para convencer al resto del mundo de que guarden yuanes (y no dólares) como moneda de reserva, y de que cobren y paguen en yuanes (y no en dólares) en sus transacciones exteriores.
China controla rigurosamente la entrada y la salida de capitales, mientras que Estados Unidos y otros países dejan circular su moneda con total libertad.
Un Gobierno que controla la situación
El control de los capitales chinos es la contrapartida de la manera de gestionar su economía. Un país que deja que los capitales se muevan libremente hacia dentro o, sobre todo, hacia fuera, está sujeto a las veleidades de los mercados financieros (aunque, si tiene la moneda de reserva, puede defenderse mejor). China ha valorado siempre la estabilidad económica más que el crecimiento y, por supuesto, mucho más que tener un gran papel financiero internacional. Por ello, no ha hecho esfuerzos especiales para dar relieve al yuan. Tal como afirma la economista García Herrero, “los objetivos externos de China siempre se supeditarán a los internos”.
No hay que olvidar que dicho país no es una economía capitalista, sino que está fuertemente controlada por el Estado y, en definitiva, por el Partido Comunista. Se quitó de encima el corsé de la planificación centralizada a la vieja usanza, pero sigue estando controlada por la maquinaria política. Cuando, en el 2001, ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), los países occidentales se frotaron las manos, pensando en aprovecharse de un gran mercado liberalizado para vender sus productos e invertir en sus empresas. Pero no ha sido así: China ha podido exportar libremente, pero el acceso de otros países a su mercado ha sido mucho más limitado, y lo mismo ha ocurrido con las inversiones extranjeras en su territorio. Tal como explica García Herrero, el mercado chino sigue cautivo para las empresas del país, muchas de ellas públicas,
- Véase el excelente análisis de García Herrero, A. (20 de marzo del 2019), “La China real, sin cuentos chinos”, comentando el libro de Aramberri, J. (2018),
La China de Xi Jinping, en la Revista de Libros. que han podido cobrar precios más altos y pagar salarios más bajos, proporcionando así al Estado unos ingresos con los que ha podido ayudar a sus empresas a competir libremente en el exterior, invertir fuera y financiar la transformación del país.
El gigante asiático ha podido exportar libremente, pero el acceso de otros países a su mercado ha sido mucho más limitado.
Esto explica la violenta reacción de Estados Unidos. Muchos economistas pusieron el grito en el cielo cuando el presidente Trump incrementó los aranceles de muchos productos chinos: el argumento de aquellos expertos era, como dicen nuestros libros de texto, que el libre comercio es lo mejor para todos, incluso para los que pierden (ahí estarían, por ejemplo, los trabajadores de industrias norteamericanas perjudicadas por la globalización), porque el resto del país, que sale ganando, puede compensarles. Pero el argumento proteccionista de defensa del trabajador americano medio iba dirigido a ganar el apoyo popular; la razón principal de las medidas heterodoxas de Trump era intentar el bloqueo del desarrollo de la investigación y el avance tecnológico en China, y así se entiende mejor, por ejemplo, la persecución de la empresa Huawei, líder en lo que está siendo la tecnología del futuro,el 5G; la limitación de las exportaciones de productos tecnológicos al gigante asiático; las protestas por las violaciones de los derechos de propiedad intelectual (no de el Quijote o de La divina comedia, sino de las patentes tecnológicas) o la preocupación por los ciberataques.
¿Y Europa? La reciente visita del presidente Xi Jinping muestra que el Viejo Continente es importante para la estrategia china, para que nosotros compremos sus productos, les vendamos los nuestros (sobre todo, los de tecnología avanzada), y también para que ellos inviertan aquí: es decir, para comprar empresas europeas. La Unión Europea (UE) tiene ahí oportunidades, pero también riesgos. Porque, como ya dijimos, la política comercial e inversora de China no cuadra con los estándares occidentales: por eso en Europa se la considera “rival sistémico”, y no solo “competidor económico”. Por eso también la apertura de Italia a las inversiones chinas es motivo de preocupación en la UE, como lo es la colonización del continente africano por las empresas de aquel país, o el programa de inversiones de la iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative).
Hay otra explicación para el alto crecimiento chino en los últimos veinte años: el país ha sido capaz de lograrlo porque ha invertido en los sectores adecuados, seleccionados por el Estado, sin necesidad de tener que “convencer” a los empresarios de que eso era lo que les convenía en cada momento, ni de pelearse con los bancos para asegurar la financiación adecuada a esos proyectos, ni de presionar para que los salarios se mantuviesen bajos. En todo caso, esto nos remite, una vez más, a la dimensión política: China no es una democracia occidental, sino un país autoritario con un Gobierno que tiene una visión centralizada de la economía2, basada en el control de la inversión, el mantenimiento de la estabilidad macroeconómica y el aprovechamiento de todas las ventajas que ofrece un mundo globalizado, aunque esa globalización funcione solo en una dirección,como ya señalamos antes. Mercado, sí,claro, sin embargo…“el mercado es útil, pero siempre que se mantenga subordinado al Estado y, por tanto, pueda funcionar sin perjudicar a este último”, lo que, para García Herrero, quiere decir en concreto: siempre que se mantenga la supervivencia del Partido.
Aunque la burocracia está mucho más dispersa: es decir, la puesta en práctica se puede adaptar mejor a los condicionantes de la región o de la ciudad—o a las tentaciones corruptas de sus funcionarios y políticos—.China no es una democracia occidental, sino un país autoritario con un Gobierno que tiene una visión centralizada de la economía.
¿Y el futuro?
Todo esto no es sino una primera aproximación a ese país, grande, próspero y abierto al visitante, pero que funciona con “otras” reglas, lo que ha causado la reacción abrupta de Estados Unidos y la reticencia de la UE. El futuro no está escrito. Algunos predicen una inevitable decadencia china, dado el envejecimiento demográfico y la reducida rentabilidad de muchas de sus empresas —o sea: no todas las inversiones se llevaron a cabo con buen criterio—. Otros argumentan que la sabiduría tradicional del gigante asiático puede haber servido para corregir algunos desajustes, pero que el cambio económico que se avecina acabará haciendo saltar en pedazos su modelo político —aunque parece que gran parte de su población se alinea con algunos de los objetivos de sus líderes, como mantener la integridad geográficadel territorio o evitar grandes altibajos económicos—. Otros, en cambio, sostienen que el futuro está ahí: en un modelo autoritario, con un Gobierno fuerte, que domine las veleidades de las empresas y de los consumidores, y que siga tomando buenas decisiones. E, incluso, hay quienes piensan que, si China se convierte en la primera potencia mundial, podrá rediseñar las reglas del juego económico. Pero, sobre todo esto, solo tenemos, por ahora intuiciones, esperanzas y temores.
Fuente: Revista Análisis de coyuntura. IESE